Robert Silverberg

EL VIENTO Y LA LLUVIA

 

El planeta se purifica solo. Ese es el detalle importante que debemos recordar en los momentos en que nos sentimos demasiado satisfechos de nosotros mismos. El proceso de curación es natural e inevitable. La acción del viento y de la lluvia, del flujo y el reflujo de las mareas, de los vigorosos ríos que renuevan los atiborrados y hediondos lagos: ésos son los ritmos naturales, manifestaciones todas de la armonía universal. Desde luego, también nosotros estamos aquí. Hacemos todo lo posible para acelerar el proceso. Pero somos sólo auxiliares y lo sabemos. No debemos exagerar el valor de nuestro trabajo. El falso orgullo es peor que el pecado: es cosa de tontos. No nos engañamos pensando que somos importantes. Si no estuviéramos aquí, el planeta se compondría de cualquier modo en veinte o cincuenta millones de años. Se calcula que nuestra presencia reduce ese tiempo a poco menos de la mitad.

 

La liberación incontrolada de metano en la atmósfera fue uno de los problemas más serios. El metano es un gas incoloro, inodoro, conocido a veces como "gas de los pantanos". Sus componentes son el carbono y el hidrógeno. Buena parte de la atmósfera de Júpiter y de Saturno consiste en metano. (Júpiter y Saturno nunca han sido habitables para los seres humanos.) Normalmente, una pequeña cantidad de metano estaba siempre presente en la atmósfera terrestre. Sin embargo, el crecimiento de la población humana produjo un lógico aumento en la provisión de metano. Mucho del metano liberad en la atmósfera provenía de pantanos y minas de carbón. Gran parte se originaba en las plantaciones de arroz asiáticas fertilizadas con desperdicios humanos o animales; el metano es un derivado del proceso digestivo.

El metano sobrante escapaba a la baja estratosfera, de quince a cuarenta y cinco kilómetros de la superficie del planeta, donde en otra época había existido una capa de moléculas de ozono. El ozono, formado por tres átomos de oxígeno, absorbe la radiación ultravioleta nociva que emite el sol. Al reaccionar con los átomos libres de oxígeno en la estratosfera produjeron vapor de agua que disipó más el ozono. Ese debilitamiento de las reservas de ozono en la estratosfera permitió que los yaros ultravioletas bombardeasen desenfrenadamente la Tierra, con un consiguiente aumento en la incidencia del cáncer de piel.

Un importante elemento de contribución para el aumento del metano fue la flatulencia del ganado doméstico. Según el Ministerio de Agricultura de los EE.UU., los rumiantes domésticos del siglo veinte generaban más de ochenta y cinco millones de toneladas de metano por año. Pero nada se hizo para contrarrestar las actividades de esas peligrosas criaturas. ¿Les divierte la idea de un mundo destruido por los pedos de rebaños de vacas? No debe de haber sido divertido para la gente del siglo veinte. Sin embargo, la extinción de los rumiantes domésticos pronto ayudó a reducir el impacto de este proceso.

 

Hoy tenemos que echar fluidos de color en un río importante. Edith, Bruce, Paul, Elaine, Oliver, Ronald y yo hemos sido designados para la tarea. La mayoría de los integrantes del equipo cree que el río es el Mississippi, aunque existen algunas pruebas de que puede ser el Nilo. Oliver, Bruce y Edith creen más probable que sea el Nilo que el Mississippi, pero acatan la opinión de la mayoría. El río es ancho y profundo, de color negro en algunos sitios y verde oscuro en otros. Los fluidos son mezclados por una computadora en la orilla este del río, en una enorme fábrica levantada por un equipo de restauración anterior. Supervisamos su entrada en el río. Primero inyectamos el fluido rojo, luego el azul, luego el amarillo; tienen densidades diferentes y forman rayas paralelas que corren en el agua por espacio de muchos cientos de kilómetros. No sabemos bien si esos fluidos son agentes curativos directos (es decir, sustancias que disuelven los contaminantes sólidos que bordean el lecho del río) o si funcionan como marcas para un más amplio análisis químico de lrío por el sistema de satélites orbitales. No es necesario que entendamos lo que hacemos mientras sigamos explícitamente las instrucciones. Elaine bromea con ir a nadar. Bruce dice:

-Qué absurdo. Este río es famoso por unos peces mortíferos que le dejan a uno el esqueleto pelado.

Todos nos reímos. ¿Peces? ¿En este sitio? ¿Qué pez podría ser tan mortífero como el río? Esta agua, si nos metiéramos adentro, nos destruiría la carne, y quizá nos disolvería también los huesos. Ayer garabateé un poema y lo tiré ahí, y el papel desapareció instantáneamente.

 

De noche caminamos por la playa y nos metemos en discusiones filosóficas. Los crepúsculos de esta costa son embellecidos por vivos tonos de púrpura, verde, carmesí y amarillo. A veces aplaudimos cuando una combinación particularmente hermosa de gases atmosféricos transforma la luz del sol. Siempre nos sentimos optimistas y alegres. Nunca nos deprimimos a causa de las cosas que encontramos en este planeta. Hasta la devastación puede ser una forma de arte, ¿verdad? Quizá sea una de las mayores formas de arte, puesto que un arte de la destrucción consume su medio, devora sus propios fundamentos epistemológicos, y en este sublime acto de anulación de sus orígenes supera en complejidad moral las formas que son simplemente productivas. Es decir que yo concedo una mayor importancia al arte transformador que al arte generador. ¿Se entiende lo que digo? En todo caso, como el arte ennoblece y exalta los espíritus de quienes lo perciben, las condiciones de la Tierra nos exaltan y nos ennoblecen. Envidiamos a los que colaboraron para crear esas condiciones extraordinarias. Sabemos que somos hombres de alma mezquina que habitamos en esta época tan poco importante; carecemos de la energía de la dinámica grandeza que permitía a nuestros antepasados cometer tales depredaciones. Este mundo es una sinfonía. Desde luego, pueden ustedes sostener que reparar un planeta requiere más energía que destruirlo, pero se equivocarían. A pesar de que nuestras tareas diarias nos fatigan y nos agotan, también nos sentimos estimulados y excitados, porque al reparar este mundo, la cuna de la humanidad, estamos de algún modo participando en el espléndido proceso original de su destrucción. Lo digo en el sentido en que la resolución de un acorde disonante participa en la disonancia de ese acorde.

 

Ahora hemos venido a Tokio, la capital del imperio de Japón. ¿Ven qué pequeños son los esqueletos de los ciudadanos? Esa es una de las maneras que tenemos para identificar a este sitio como Japón. Se sabe que los japoneses eran gente de baja estatura. Los antepasados de Edward eran japoneses. Edward es de baja estatura. (Edith dice que su piel también tendría que ser amarilla. Su piel es exactamente igual que la nuestra. ¿Por qué no será amarilla su piel?)

-¿Ven? -grita Edward- ¡Allá está el Monte Fuji!

Es una montaña extraordinariamente hermosa, cubierta de nieve blanca. En las laderas trabaja uno de nuestros equipos arqueológicos, horadando la nieve para recoger muestras de los estratos de residuos químicos, polvo y cenizas del siglo veinte.

-En una época había más de setenta y cinco mil chimeneas industriales alrededor de Tokio -dice Edward, orgulloso-, por las que todos los días salían cientos de toneladas de azufre, ácidos nitrosos, amoníaco y otros gases. No debemos olvidar que esa ciudad tenía, también, más de un millón y medio de automóviles.

La mayoría de los automóviles todavía se pueden ver, pero son muy frágiles, desgastados por la acción de la atmósfera. Cuando los tocamos se desmoronan en nubes de humo gris. Edward, que ha estudiado muy bien su herencia, nos dice:

-No era nada extraordinario que en los tranquilos días de verano la densidad del monóxido de carbono superase los niveles permitidos hasta en un 250 por ciento. Debido a las condiciones atmosféricas, el Monte Fuji era visible sólo uno de cada nueve días. Sin embargo, nadie se espantaba.

Nos evoca una imagen de sus pequeños y laboriosos antepasados amarillos trabajando alegremente, sin descanso, en su tóxico medio ambiente. Los japoneses, insiste, pudieron mantener y hasta aumentar el producto bruto nacional en un momento en el que otras nacionalidades habían empezado ya a perder terreno en la lucha económica global a causa de la disminución de la población provocada por factores ecológicos desfavorables. Etcétera, etcétera, etcétera. Luego de un rato nos empezamos a aburrir de los incesantes alardes de Edward.

-Si te sigues jactando -le dice Oliver- te exponemos a la atmósfera.

Nos falta hacer mucho trabajo pesado. Paul y yo guiamos las enormes máquinas que hacen los surcos; Oliver y Ronald nos siguen, plantando semillas. Casi inmediatamente brotan unos extraños arbustos angulares. Tienen hojas brillantes y azuladas, y ramas largas y torcidas. Uno de ellos agarró ayer a Elaine del pescuezo y la podría haber herido seriamente si Bruce no la hubiese arrancado. No estamos preocupados. Ésta no es más que una fase del largo y lento proceso de reparación. Habrá muchos incidentes como ése. Algún día florecerán cerezos en este sitio.

 

Este es el poema que comió el río:

 

DESTRUCCIÓN

I. Sustantivos. Destrucción, desolación, ruina, despojos, estrago, destrozo, desastre, demolición, arrasamiento, saqueo, asolación, dilapidación, diezmo, plaga, derrumbe, extinción, disolución, caída, desperdicio; mutilación, desintegración, anulación, pulverización; sabotaje, vandalismo,; anulación, maldición, extinción, invalidación; aniquilación, exterminio, extirpación, perdición, subversión.

II. Verbos. Destruir, demoler, arruinar, destrozar, arrasar, desolar, destripar, dilapidar, diezmar, consumir, disolver, abatir; mutilar, desintegrar, deshacer, pulverizar; sabotear, vandalizar; anular, condenar, extinguir, invalidar, sojuzgar, sofocar, torpedear, aplastar, estropear, estragar, inutilizar; aniquilar, devorar, exterminar, extirpar, subvertir, transtornar; corroer, desgastar, minar, socavar, desperdiciar, dilapidar, derrochar, cercenar; corromper, contaminar.

III. Adjetivos. Destructivo, desastroso, fatal, funesto, vandálico, pernicioso, mortífero, destructor, letífero, siniestro, nihilista; corrosivo, cáustico, abrasivo.

 

-Yo valido -dice Ethel.

-Yo rehabilito -dice Oliver.

-Yo integro -dice Paul.

-Yo construyo -Elaine.

-Yo compongo -dice Bruce.

-Yo restituyo -dice Edward.

-Yo reparo -dice Ronald.

-Yo saneo -dice Edith.

-Yo creo -digo yo.

 

Reconstruimos. Renovamos. Reparamos. Mejoramos. Restauramos. Restablecemos. Purificamos. Reconstruimos. Reproducimos. Redimimos. Reintegramos. Suplimos. Remediamos. Reavivamos. Resucitamos. Arreglamos. Componemos, remendamos, enmendamos, retocamos, zurcimos, restañamos. Celebramos nuestros éxitos con lascivos cantos. Algunos copulamos.

 

He aquí un notable ejemplo del humor negro de los antiguos. En un sitio llamado Richland, Washington, había una instalación que fabricaba plutonio para la preparación de armas nucleares. Eso se hacía en nombre de la "seguridad nacional", es decir, para acrecentar y fortalecer la seguridad de los Estados Unidos de Norteamérica y llevar alegría y esperanza a sus habitantes. En un lapso relativamente corto, esas actividades produjeron aproximadamente cincuenta y cinco millones de galones de desperdicios radiactivos concentrados. Ese material era de un calor tan intenso que herviría espontáneamente durante décadas, y conservaría su carácter virulentamente tóxico durante muchos miles de años. La presencia de tantos desperdicios peligrosos planteaba una severa amenaza ecológica para una considerable extensión de los Estados Unidos. ¿Cómo deshacerse entonces de esos desperdicios? Inventaron una solución apropiadamente cómica. La instalación de plutonio estaba situada en una zona sísmicamente inestable dentro del cinturón de terremotos que rodea el Océano Pacífico. Eligieron, como depósito, un punto situado directamente encima de una falla que había producido un violento terremoto medio siglo antes. Allí fueron construidos ciento cuarenta tanques de acero y cemento, a poca distancia de la superficie del suelo y a unos ochenta metros por encima de las fuentes del río Columbia, que abastecía de agua a la tan poblada zona. En esos tanques fueron derramados los hirvientes desechos radiactivos: un magnífico regalo para las futuras generaciones. En unos pocos años se reveló la verdadera sutileza de la broma, cuando fueron detectadas en los tanques las primeras pequeñas pérdidas. Algunos observadores predijeron que no pasaría más de diez o veinte años antes de que el enorme calor hiciese estallar las costuras de los tanques, liberando gases radiactivos en la atmósfera o permitiendo que fluidos radiactivos penetrasen en el río. Los inventores de los tanques sostuvieron, sin embargo, que eran suficientemente resistentes como para durar por lo menos un siglo. Se observará que eso era menos del uno por ciento de la vida conocida de los materiales colocados en los tanques. Debido a la falta de alguna documentación histórica, no podemos determinar cuál de los cálculos fue el más exacto. Nuestras patrullas de descontaminación podrán entrar en las regiones afectadas dentro de ochocientos a mil trescientos años. Este episodio despierta en mí una tremenda admiración. ¡Cuánto gusto, cuánta robusta agudeza habrán tenido esos antiguos!

 

Nos conceden unas vacaciones para que vayamos a las montañas del Uruguay a visitar una de las últimas colonias humanas, tal vez la última. Fue descubierta por un equipo de restauración hace algunos cientos de años y ha sido conservada, en su estado natural, como museo para los turistas que algún día quieran visitar su mundo de origen. Se entra por un largo túnel de lustroso ladrillo rosado. Una serie de compuertas de aire impide la entrada del aire exterior. El pueblo, que anida entre dos escarpadas agujas, está protegido por una brillante y transparente cúpula. Controles automáticos mantienen su temperatura a un agradable y constante nivel. Había mil habitantes. Los vemos en las amplias plazas, en las tabernas, en los sitios de recreo. Los grupos familiares se mantienen juntos, a menudo con sus mascotas. Algunos llevan paraguas. Todos se ven en un estado de conservación excepcionalmente bueno. Muchos de ellos sonríen. Todavía no se sabe por qué pereció esa gente. Varios de ellos murieron mientras hablaban, y los especialistas han dedicado mucho tiempo, sin éxito hasta el momento, a la tarea de determinar y traducir las últimas palabras todavía congeladas en sus labios. No nos permiten tocar a nadie, pero podemos entrar en sus casas y examinar todo lo que hay allí. Eso casi me hace llorar, y lo mismo les pasa a los otros.

-Quizá éstos sean nuestros verdaderos antepasados -exclama Ronald.

Pero Bruce declara, desdeñoso:

-No digas ridiculeces. Nuestros antepasados deben de haber huido de aquí mucho antes de la época en que vivió esta gente.

Fuera del pueblo, a corta distancia, encuentro un pequeño y reluciente hueso, tal vez la tibia de un niño, tal vez parte de la cola de un perro.

-¿Me lo puedo llevar? -le pregunto a nuestro jefe. Pero el jefe me obliga a donarlo al museo.

 

Los archivos ofrecen muchas cosas fascinantes. Por ejemplo, esta fina muestra de distancia irónica en el manejo ecológico. En el océano, frente a un sitio llamado California, había tremendos bosques de hierbas marinas llamadas algas, que albergaban a una vasta y compleja comunidad de criaturas marinas. En el lecho oceánico, a treinta metros de profundidad, entre los puntos de anclaje de las algas, vivían erizos de mar. Mamíferos acuáticos, de piel, conocidos como nutrias de mar, se alimentaban de los erizos. La gente de la Tierra eliminó a las nutrias porque su piel tenía un cierto valor. Luego las algas empezaron a morir. Bosques de muchas millas de diámetro desaparecieron. Esto tuvo serias consecuencias comerciales, pues las algas eran valiosas, lo mismo que muchas de las formas animales que vivían entre ellas. Una investigación del lecho oceánico mostró un gran aumento del número de erizos de mar. No sólo faltaban ahora los enemigos naturales de los erizos, las nutrias; los erizos se alimentaban también de las inmensas cantidades de materia orgánica que la gente de la Tierra enviaba al oceáno mediante los sistemas de aguas fecales. Millones de erizos de mar mordisqueaban las algas, arrancando las enormes plantas y matándolas. Cuando un petrolero soltó accidentalmente la carga en el mar, murieron muchos erizos y las algas comenzaion a restablecerse. Pero se demostró que no era éste un sistema muy práctico para controlar a los erizos. Se propuso alentar el regreso de las nutrias, pero no quedaba con vida una cantidad suficiente. Los cosecheros de algas de California resolvieron el problema descargando cal viva en el mar, desde barcazas. Eso resultó fatal para los erizos; cuando no quedó ninguno llevaron a ese sitio, desde otras partes del mar, algas sanas que anclaron en el lecho oceánico, para que se convirtiesen en el núcleo de un nuevo bosque. Luego de un tiempo volvieron los erizos y comenzaron otra vez a comer las algas. Arrojaron más cal viva. Los erizos murieron y plantaron más algas. Más tarde se descubrió que la cal viva dañaba el propio lecho oceánico y echaron otros productos químicos para contrarrestar esos daños. Todo eso demandaba mucho ingenio y un considerable despliegue de energía y de recursos. Edward piensa que en esas maniobras había mucho del estilo japonés. Ethel señala que el problema de las algas no se habría presentado nunca si la gente de la Tierra no hubiera originalmente sacado las nutrias. ¡Qué ingenua es Ethel! No entiende los principios de la ironía. La poesía también la azora. Edward se niega ahora a dormir con Ethel.

 

En los últimos siglos de su era la gente de la Tierra consiguió pavimentar casi por completo la superficie de su planeta con una capa de cemento y metal. Tenemos que sacar mucho de eso para que el planeta pueda empezar a respirar de nuevo. Resultaría fácil y eficaz usar explosivos o ácidos, pero no nos preocupan demasiado la facilidad ni la eficacia; además, existe la preocupación de que los explosivos o los ácidos puedan causar aquí todavía más daños ecológicos. Por lo tanto empleamos unas enormes máquinas que clavan púas en las largas grietas que se han formado en el cemento. Cuando logramos levantar las planchas asfaltadas, por lo general se desmoronan en seguida. Nubes de polvo de cemento flotan libremente por las calles de las ciudades, cubriendo los restos de los edificios con una capa fina y pura de polvo blanco grisáceo. El efecto es delicado y placentero. Paul insinuó ayer que tal vez estemos haciendo un daño ecológico al liberar ese polvo. La idea me asustó, y se la comuniqué al jefe del grupo. Paul será transferido a otro grupo.

 

Aquí, hacia el final, todos llevaban trajes de protección similares a los nuestros pero todavía más completos. Encontramos esos trajes tirados en todas partes como caparazones de gigantescos insectos. Los modelos más avanzados eran verdaderas unidades de albergue. Aparentemente no era necesario salir del traje más que para realizar algunas funciones vitales como el coito o el parto. Comprendemos que la poca inclinación de la gente de la Tierra a salir de sus trajes, aun para esas funciones, aceleró inmensamente el ritmo de descenso de la población.

 

Nuestras discusiones filosóficas. Dios creó este planeta. En eso estamos de acuerdo, si dejamos de lado, por el momento, las definiciones de conceptos como "Dios" y "creó". ¿Por qué se tomó el inmenso trabajo de darle existencia a la Tierra si Su intención era simplemente hacerla inhabitable? ¿Creó la humanidad especialmente para ese fin, o la humanidad ejerció su libre albedrío al hacer lo que hizo aquí? ¿Por qué habría de querer vengarse en Su propia creación? Quizá sea un error mirar la destrucción de la Tierra desde el punto de vista moral o ético. Pienso que debemos verla en términos puramente estéticos, como un logro artístico completo, como un fouetté en tournant o un entrechat-dix, ejecutado porque sí y sin necesidad de explicaciones. Sólo de esta manera comprendemos por qué la gente de la Tierra pudo colaborar con tanta alegría en su propia asfixia.

Mi turno de trabajo casi ha terminado. Ha sido una experiencia abrumadora; ya no seré el mismo. Debo expresar mi gratitud por esta oportunidad de ver la Tierra como la conocieron sus habitantes. Las enmohecidas corrientes, los corroídos prados, los purpurados cielos, los azulados charcos. Los escombros, las áridas laderas, los flameantes ríos. Pronto, gracias al dedicado trabajo de restauración de equipos como el nuestro, habrán desaparecido esos superficiales pero hermosos emblemas de la muerte. Éste no será más que otro de los tantos mundos para turistas, adecuado para la curiosidad sentimental pero sin ningún valor singular para la sensibilidad. Qué aburrido será eso: otra vez una Tierra verde y agradable, ¿por qué? En el universo hay una cantidad suficiente de planetas habitables; en el momento existe una sola Tierra. ¿Todo nuestro trabajo habrá sido entonces un error? A veces pienso que nos hemos engañado con este proyecto. Pero al mismo tiempo trato de ver nuestra fundamental falta de importancia. El proceso curativo es natural e inevitable. Con nosotros o sin nosotros, el planeta se purifica. El viento, la lluvia, las mareas. Nosotros no somos más que una ayuda.

 

Nos llega el rumor de que han descubierto una colonia de terrestres vivos en la meseta tibetana. Viajamos hasta allí para saber si es cierto. Desde lo alto vemos unas figuras grandes y oscuras que se mueven por la ancha y vacía llanura roja. ¿Serán terrestres, metidos en trajes protectores de extraño diseño? Descendemos. Ya han llegado integrantes de otros equipos de reparación. Han rodeado a una de las gigantescas criaturas, que se mueve en círculo, bamboleándose y lanzando gritos y gruñidos incomprensibles. Entonces la criatura se detiene y nos enfrenta, inexpresiva, como desafiándonos a que la abracemos. La volcamos; mueve con torpeza los pesados miembros pero no consigue levantarse. Luego de una breve consulta decidimos disecarla. Las láminas exteriores salen con facilidad. Adentro no encontramos más que engranajes y bobinas de fulgurante alambre. Los miembros ya no se mueven, aunque allí dentro se oyen chasquidos y zumbidos durante bastante tiempo. Nos sentimos favorablemente impresionados por la durabilidad y la elasticidad de esas máquinas. Quizá en el remoto futuro esas entidades reemplacen a las más blandas y frágiles formas de vida de todos los mundos, como parecen haberlo hecho en la Tierra.

 

El viento. La lluvia. Las mareas. Todas las tristezas corren hacia el mar.

 

 

Título del original en inglés: The Wind and the Rain.

© 1973 by Robert Silverberg. Traducción de Marcial Souto.

Aparecido en la revista El Péndulo, nro. 3. Septiembre 1981